El Séptimo Arte

Para mi el cine es algo mágico. Es ilusión, es felicidad, ira, deseo… todo es posible en una sala de cine, porque todo va sobre ti y la pantalla que tienes enfrente. Por eso me gusta ir a cines raros, pequeños, a horas absurdas, a ver películas casi fuera de cartelera y normalmente solo. Mucha gente dice que ir solo al cine es una tontería y yo siempre digo que mejor ser el tonto que va solo, que no el SUBNORMAL que va a comentarle la película al de al lado…
Pero al final todo se reduce a gustos.

Y es que acepté que entrasen los nachos a las salas, acepté los 15 minutos de anuncios intrascendentes y avisos del FBI sobre muerte, desolación y cárcel… mucha cárcel. Incluso llego a entender que las películas españolas necesiten mostrar durante media hora, toda la gente que he metido dinero en la peli del amigo del cuñado, del primo, del vecino de alguien famosete… pero nada y repito NADA… me podía preparar para lo que me he encontrado al ir al cine en Perú.
Oh… my… God.

Empecemos por decir, que ir al cine (por lo menos en Lima) es caro. Los cines suelen ser multicines y estar metidos en grandes centros comerciales, rodeados de todo tipo de tiendas de comida rápida (algunas de las cuales, aún no se lo que venden). Los que no lo están, son pequeños cines con aires de grandeza, donde suele ir gente bien vestida y que para a tomar un cocktail antes de entrar.
Los primeros son más baratos y tienen todas las salas repletas de los típicos gañanes de cine del mundo. Aquellos que necesitan mostrar al resto de la sala, su disconformidad con el tono de la película, los diálogos, las pausas de tensión y básicamente todo aquello que no implique gente golpeándose y una cámara frenética.
Los segundos son más caros y por norma general, no tienen a la fauna de los primeros molestando… pero tienen algo muuuuucho peor. Y es que, lo que tenía entendido como un «vamos a tomarnos algo mientras esperamos que empiece la peli» en el fondo es un «me voy a tomar un copazo, mientras pido una pizza o una brocheta de solomillo ahumado con ensalada cesar y tomatitos cherry… y me lo llevas al asiento J6 de la sala 4. Así que lo que antes era molestarse porque alguien había llegado tarde y pasa por delante tuya con la película empezada, ahora es un camarero, con una tabla de quesos y dos bebidas con sombrillita, que pasa por delante y espera que le pagues… ¡ah! y espérate que te hace factura, no vaya a ser que seas inspector de trabajo y les cierres el chiringo por no darte el dichoso papelito!

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Respiro… respiro… y vuelvo a respirar, porque resulta, que aún me quedaba ver el salto con tirabuzón y doble mortal invertido de los cines de aquí, que es «La Sala Premium». Toda una sala, donde fácilmente cabrían 200 personas… de no ser porque las butacas son sofás personales, con su mesita a juego Y SU LÁMPARA DE MESA CAMILLA. Totalmente reclinable, con un menú de variada oferta alimenticia y de bebercio y tres botones para llamar a un camarero, pedir que te prepare la cuenta o… anular todo lo anterior.

Estamos pues ante uno de esos lugares en los que te tratan bien, tienes las mejores comodidades, pasas un buen momento, disfrutas… pero sales diciendo: «Se que he visto a Matt Damon, pero no se si estaba en Marte o a mi lado».